Nací justo después del verano del 69 en el seno de una familia mexicana, católica de clase media. Así es que mientras otras mujeres quemaban su brasier o se encueraban en Avándaro yo asistía al colegio de monjas e iba a comprar helados al legendario establecimiento de Chiandoni para saltarme la misa. Entre mis primeros desatinos estuvo estudiar Diseño Gráfico, qué con la llegada de las computadoras cambió el oficio para el que yo me había pobremente entrenado. Probé, sin éxito, trabajar en otras cosas, pero al final la vida te escoge. Cabe aclarar, que afortunadamente, pues nunca me he vuelto a sentir tan perdida como en mis veintes. Accidentalmente llegué a la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y entre huelgas estudiantiles y una apasionada comunidad académica encontré la pasión que estaba buscando. Veinte años más tarde, les puedo decir que ser maestra de historia ha sido el gran amor de mi vida. Sin embargo, los grandes amores no son suficientes cuando la vida se alarga y el cuerpo se inquieta. Ahora regreso con gusto a explorar el camino de la escritura, estoy lista para contarles algunas buenas historias y comenzar la conversación, pues creo que hay muchas cosas todavía por lograr con el diálogo, así que vámonos conociendo.