Capítulo 3. Las audiciones
- Gabriela Martínez Ulloa

- 8 sept 2022
- 7 Min. de lectura
Cuando anunciaron las audiciones, la más emocionada fue Sofy, aunque su idea de las porras era un poco diferente. Le dio mucha gracia saber la costumbre que tenemos aquí de llamar porras a una suerte de danza moderna con vestuarios exagerados y mamás histéricas.
En realidad, sólo se ensaya para concursar, porque rara vez las vemos en partidos. Al parecer, en Estados Unidos ser porrista se consideraba una actividad para gimnastas y presente en todos los juegos de la escuela. Pero, lo de los concursos y las mamás locas es muy parecido. De todas maneras, quería participar.
Este año el tema que escogieron era Elvis Presley y debíamos preparar nuestra audición a tono. Yo no tenía la menor idea de qué baile presentar por lo que le supliqué a Maite que me enseñara algunos pasos. Ella era la mejor bailarina de las tres, pero no quiso participar alegando que jamás escogían niñas de noveno.
“Todo el mundo sabe que Ana Pau Arteaga entró a las porras desde el primer año.”
“Y seguro, no tuvo nada que ver que las organicen sus primas,” me contestó para hacerme enojar. Decidí no hacerle caso, porque de repente le dio por no quererse apuntar a nada. Bueno, con compañeros como los nuestros es difícil.
Regresando del verano a algunas maestras metiches les encanta preguntarnos a dónde fuimos. Muchos vamos a los lugares de siempre como la playa o a Disney. Lucía la pasó en España, Sofy en Denver con su familia y yo me fui a un crucero. Maite siempre contesta lo mismo, pero el año pasado uno de los rufianes del salón interrumpió en voz alta:
“Seguro se fue a Michoacán a vender tamales.”
A Maite se le enfurecieron los ojos y yo quise defenderla diciendo:
“No tonto, fue a visitar a sus abuelos, como todos los años,” pero a Maite no le hizo gracia que dijera lo de “todos los años.”
Por eso no insistí en que se uniera con nosotras a las porras.
Yo estaba dispuesta a todo con tal de que me escogieran. Ser porrista era mi ticket para ser incluida. Porque en esta escuela hay que tener muchos amigos y que todo el mundo sepa tu nombre si quieres que te inviten a las mejores fiestas. Lucía fue la que nos decía cómo iba a ser High School. Antes de que llegara Sofia ella nos platicaba los chismes de los grandes.
“Es muy importante,” decía: “que no piensen que somos unas chiquitas” y por eso durante el verano debíamos hacer un cambio radical.
Teníamos que renovar el guardarropa y nada de florecitas y moños en el cabello. Y eso que ella tenía la colección más linda. Yo estaba nerviosísima cada que oía esas indicaciones, porque a mí me sigue comprando la ropa mi mamá.
“Las niñas grandes, fuman vape y lo hacen con sus novios.”
Maite y yo pensábamos en los niños del salón y hacíamos cara de guácala. Creo que le gustaba espantarnos.
No sé si Lucia va a participar, este año que entramos a la escuela está toda rara. Maite dice que es porque no quiere que la vean con nosotras. Pero yo no puedo creer que las amigas tan cercanas dejen de quererse así nada más y tampoco lo cree mi mamá que insiste en que vaya a su fiesta de quince porque es importante que platiquemos.
Toda la semana estuve viendo videos de baile para practicar. En la desesperación empecé a incluir la guitarra del videojuego de mis hermanos. Suerte que me convencieron de no llevarla a la escuela. Mientras ensayaba en mi cuarto empecé a pensar en Lucía. Se me hace tan raro que no esté aquí.
Sentí feo de acordarme del año pasado que bailábamos "Shake it off "enfrente del espejo con cepillos de cabello como micrófono. La última vez que platicamos fue un ratito a la salida de la escuela.
El mero día estaba que me moría del miedo. No había dormido pensando en la audición y durante la primera hora corrió por todos los salones un rumor que nos dejó aterrorizados.
“Dicen que el profe Agustín va a estar presente para sacar a las niñas que necesita en el equipo de futbol.”
Las competencias se traslapaban, pero a mí no me pudo importar menos. Yo jugaba básquet el año pasado y corría por toda la cancha sin meter nunca una canasta. El coach me metía un ratito al partido, sólo porque mi mamá no se perdía ni uno de los juegos y llevaba Gatorade para todas.
Sofy era otra cosa. Ella llevaba jugando fut muchos años, tantos que ya se había hartado. Por otra parte, sabía que el profe estaba muy al tanto de su habilidad, porque la había visto con el balón en la clase de deportes. Todos la habíamos visto. Maite no entendía por qué si era tan buena lo quería dejar:
“¿Qué ganas en estar en las porras y ser de las más nuevas? Puedes ser la estrella en el equipo de fut.”
“Mira Maite, es difícil de explicar. A veces te ves de una manera y la gente cree que así eres, pero no. Eres otra cosa.”
Yo la entendía perfecto y estaba preocupada por ella. Además, estar en las porras sin alguna amiga me daba más miedo que las audiciones.
Pasamos el recreo en los pastos, porque Sofia quería ver cómo ensayaba nuestra competencia. Este año había muchas niñas de noveno, lo que me alentó sobre nuestras posibilidades. Sofía reafirmó mi confianza cuando me dijo entusiasmada:
“tu rutina es la mejor.”
Maite estuvo de acuerdo.
Después de mucho ensayar, había logrado combinar los pasos tradicionales con los que me enseñó Sofy y si les soy honesta me quedó padrísimo el baile. En los ensayos que hice en mi casa, monté escenas donde varias personas imaginarias se acercaban a felicitarme.
Durante las clases de la tarde me la pasé distraída, armando en mi mente diferentes combinaciones de ropa con las que iba a ir a todas las fiestas. Llegó la hora de la salida, más rápido que ningún día.
Un grupo grande de niñas nos quedamos esa tarde en la escuela, esperando la audición. De noveno también estaban Mafer y Ale que esperaban platicando con sus novios.
“Esos siempre están juntos como la canción.”
“¿De qué hablas, Sofy” y ella se puso a cantar “Felices los cuatro” imitando a Maluma.
“Jajaja, “Ojalá no acaben como en la de “Hawái.”
“O peor, Xime. Como la pobre de Shakira.”
Cuando por fin fue mi turno, entré al auditorio sola. Unas niñas de décimo presentaban su rutina en pareja. ¿Pero, esto se puede? Mejor hubiera sido entrar con Sofia. Mientras era mi turno, me llegó una alerta al celular y como todos estaban distraídos decidí abrirla. “REGLA,” se leía en punto de las doce. ¿Cómo pude olvidarlo? era la semana de mi período.
Chat grupal:
Xime: Emoji de carita aterrorizada.
Sofy: Emoji ¿qué pasa?
Xime: Screenshot del calendario.
Sofy y Maite: Emojis, caritas aterrorizadas.
Apenas hacía cinco meses de mi primera menstruación y se me había olvidado checar el calendario. Yo fui de las últimas. Maite es la única que sabe que mentí, no me bajó una semana después que a ella. Cuando por fin llegó, ya me había acostumbrado a quejarme de vez en cuando de los supuestos dolores y cargaba con Kotex a las pijamadas en casa de Lucía.
Hace poco Maite me recordó: “¿Te acuerdas qué miedo, el día que Lucía quería que nos pusiéramos un Támpax las tres?”
“A veces creo que por eso ya no se junta con nosotras,” le contesté.
“Yo prefiero que no me hablen a que me obliguen a hacer cosas que no quiero.”
Eso a mí no me importa. Soy una tonta, sí tan solo me hubiera puesto algo en la mañana, no estaría sufriendo. Siempre se me pasa lo importante. No sé en qué estaba pensando. ¿Qué voy a hacer si me baja aquí brincando enfrente de todo mundo?
Me acordé el día que Mariana Gutierrez se manchó en la escuela. Íbamos en sexto apenas. Ella no se había dado cuenta y nadie se atrevía a decirle. Unos niños en el salón empezaron a murmurar: “huele a carne” y se reían. El profesor los alcanzó a escuchar y preguntó enojado: “¿se puede saber de qué se ríen?” Todos sabíamos que estaba pasando, menos Mariana y el profe. Me duele el pecho cada que me acuerdo.
En medio de mi melodrama, Alexa Tamuz, me mandó llamar al frente. Y como sospechaba, me dio mucha pena hablar con ella. Siempre se ve perfecta; su piel, su ropa, su cabello. Me pregunto qué tan temprano se levanta para alaciarlo. Sin voltearme a ver, preguntó si estaba lista. “Sipi”, respondí.
Tampoco la volteé a ver. Me da pena verla a los ojos, son verdes llenos de pestañas y siempre, no importa la hora del día, huele a perfume. Yo no me quiero ni acercar. De sudar por los brincos y con tantos sufrimientos, me imagino que apesto. Un minuto antes de empezar la música y cuando se me estaban entumiendo las manos, el profesor Agustín paró la audición:
“Esta niña puede estar en el equipo, la he visto correr.”
“No hay problema,” contestó Alexa y con un ademán de reina despachando al servicio, me mandó fuera.
Yo me quedé paralizada, ni me salía del auditorio, ni decía algo al respecto. Las niñas que seguían entraron como si nada. Yo sólo escuchaba la voz en mi cabeza. ¿El equipo? ¿De qué está hablando este hombre? ¿Qué no me ha visto en su clase? No lo podía creer. ¿Yo, futbolista? Y quién se creía que era el profe Agustín para decidir si yo entraba o no al equipo. Al final no podía obligarme y obvio iba a correr a quejarme con mis papás para que vinieran a corregir esta injusticia.
Mientras corrían mil ideas por mi cabeza, sentía la sangre subir, pero no podía decir nada. Vale, que era parte del comité de selección se acercó a decirme: “no te preocupes, puedes hablar mañana con el profe, a mí me hizo lo mismo.” Le agradecí tanto que me acompañara a salir del auditorio que no se me ocurrió pensar que mientras era cierto que no me obligarían a estar en el equipo, tampoco estaría en las porras.
Sofia tampoco tuvo suerte. Al parecer, su robótica rutina causó risas entre el público. Maite y yo le advertimos sobre su atuendo, pero ella no vio problema en presentarse con shorts de basquetbol y playera de los Lakers. Dice que alcanzó a escuchar que alguien dijo:
“¿Quién es su fashion icon? ¿Adam Sandler?”
Pero en vez de enojarse se moría de risa:
“Ni modo, si no vas a estar tú, yo tampoco quiero ser porrista. Al final, al profe le vale que seas remala. Podemos jugar fut juntas.”
Me reí mucho con Sofy, pero en cuanto mi mamá me preguntó cómo me había ido, se me salieron las lágrimas.





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