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Capítulo 5 La pedida

  • Foto del escritor: Gabriela Martínez Ulloa
    Gabriela Martínez Ulloa
  • 22 sept 2022
  • 6 Min. de lectura

Desde el incidente en la escuela, Diego y Maite habían estado inseparables. Resulta que durante el torneo de futbol, Diego no tenía empacho de hacer un corazón con las manos cada que anotaba un gol. Nosotras hicimos todo lo posible por no perdernos la transmisión que hicieron de los partidos por Facebook. Para ver la final, Maite fingió un dolor de estómago y se llevó el teléfono escondido a la enfermería. Cuando regresó el equipo a la escuela, todos sabíamos que le pediría ser su novia. 


A Sofy y a mí nos encanta la pareja, Diego ha estado en la escuela con nosotras desde Kínder, cuando nos juntábamos todos y no había un grupo de niñas y otro de niños. Mi mamá tiene una foto en donde Diego está usando mis pantalones porque vino a jugar a la casa y tuvo un accidente. Una vez que pasamos a primaria, no volvió a visitarme. Durante años, trabajaba en el salón sólo con niños, en recreo salía al patio a jugar futbol y nunca más tuvo el interés de acercarse a nuestra mesa. Bueno, hasta este año que le dio por venir a platicar con nosotras en recreo. Nosotras es un decir, al principio empezó a sacarle conversación a Maite:  


“¿Te gustó Avengers, End Game?”  


Yo me burlé de la pregunta: “Los niños creen que sólo existe el futbol y los superhéroes.” 

Cuando notamos que Maite mostraba interés por la diferencia entre tiro de esquina y saque de banda, algo nos quedó muy claro. De todas maneras, esperamos a que ella nos dijera:  


“Creo que me gusta Diego.”  


Yo lo aprobé desde el principio. Él se había vuelto lindísimo con las tres. Un día que  Sofy llegó sin la bata de laboratorio, Diego corrió al salón de su hermana a conseguir una.  


"Qué amable Diego de ir hasta el cuarto piso por la bata, ¿no será que quiere impresionar a alguien?” dijo Sofy mientras señalaba a Maite.  


Diego también empezó a dejarle chocolates en la mochila con unos recaditos que ella jamás nos permitió leer. Sospecho que son parte de una conversación más larga. Ahora se la pasa chateando misteriosamente en todas las clases y aún saca cien en todo. También la empezó a acompañar a la salida, todo el tiempo que su mamá se tarda en terminar su guardia. 


Después del torneo, la escuela entera sabía que estaban quedando y hablábamos de ellos en par:  


“¿Crees que irán a la fiesta?” o “Seguro estarán de acuerdo.”  


A mí me encantan esas cosas y estaba muy puesta en ayudar a Diego en la pedida. Otra diferencia que se le hacía muy singular a Sofy:  


“Qué extraño que sólo los niños puedan pedir. ¿Y qué es eso de que sí no pasa, no son oficialmente novios? Sobre todo, cuando se la han pasado meses portándose como si ya lo fueran.” 

 

“A mí me parece lindo que te conquisten con detalles primero,” le contestó Maite. 


“A mí me parece horroroso que los niños tengan el sello de aprobación.”  


“Creo que estás exagerando,” expliqué: “Al final las niñas tenemos el derecho a decidir si queremos o no.”  


“Pues según veo con mi hermano, los niños tienen todas las de ganar, nadie va a hablar mal de ellos si una niña los rechaza después de que todos saben que te la diste.”  


Maite cambió el tema. 


Aún con nuestra ayuda, el primer intento de Diego falló. A él se le había ocurrido invitarla a Starbucks y un día antes fue a quedar con la señorita que debía escribir en el vaso:  


“¿Quieres ser mi novia?”  


Maite que ya se olía algo, hizo todo lo posible por convencer a sus papás para que nos dejaran ir solas. Desde el incidente en la escuela, su papá había estado super estricto con los permisos.  


Fue gran trabajo de equipo que lográramos ir las tres. Sofy le rogó a su hermano que fuera a la plaza a la misma hora.  


“Mis papás me dejan hacer casi todo, si él dice que me cuida. Aunque cada vez me cuesta más caro. Ahora, tengo que bañar a su perro.”  


A mi mamá la convencí con el argumento de que Maite iba a ver a Diego y era buena idea que estuviéramos cerca por cualquier cosa.  


“Me parece bien, si algo no les gusta me llamas y las recojo.”  


Esa noche estuvimos chateando hasta tarde planeando su vestuario.  


Mi mamá me dejó con Maite media hora antes de la cita.  


“¿Le vas a decir que sí?”   


“No sé Xime, depende cómo me lo pida.”  


Maite era experta en pedidas. Diego era probablemente el cuarto o quinto que se animaba. Me acuerdo de todos: Juan se le declaró en el último día del campamento, Jorge le compuso unas canciones horribles y el idiota de Benjamín intentó varias veces. Los otros, no vale la pena mencionarlos. Pensábamos que Diego era muy valiente, pues a los demás los había bateado sin compasión. Eso le encantaba a Sofy:  


“Cuando alguien te quiere, se debe notar el esfuerzo.”  


A veces creo que Sofy va a estar soltera para siempre. 


Sofia y yo nos aseguramos de sentarnos en la esquina más retirada, pero que no nos tapara la vista.  


“Cualquier cosa, aquí estamos,” le dije tomándola de las manos.  


Se veía tan linda, ahí sentadita esperando. Diego se disculpó por la tardanza y se ofreció a pagar por el café. Una vez enfrente de la caja dio el nombre de Maite en el pedido. No te imaginas su cara cuando la torpe señorita se puso a gritar:  


“Pedido para Marlén.”   


A ella también la sacó de onda cuando una señora que venía hablando por teléfono y arrastrando a un chiquito tomó el café. Diego no hizo nada y sólo ordenó otro. Este no tenía recado. Nosotras ni tiempo de comentar, tuve que parar a Sofy para que no interviniera.  


“¡Tiene que decirle que ese era su café!”  


“Ya sé, cálmate Sofy, no vayas a hacer algo que le dé más pena.”  


Sofy se rio y me tiró un beso al aire. En cuanto se fue Diego, corrimos con Maite que levantaba los hombros desde lejos. Yo me seguía riendo en el camino. Maite fruncía la boca cuando nos dijo:  


“Fue muy lindo, pero no me dijo nada.”  


Nosotras que sabíamos el plan, tuvimos que explicarle que había pasado. 

El segundo intento también falló. Tres días se tardó Diego en conseguir que a alguno de los guardias aceptara. El único que accedió era el más nuevo. Iba a entregarle una flor con la pregunta en la entrada. Esa mañana llegamos temprano para posicionarnos estratégicamente. Dimos un grito que se escuchó hasta el patio, cuando vimos en la fila a otro coche que no era el de su mamá.  


“Al papá de Maite no le va a hacer gracia la flor.”  


“No Sofy, pues no.”  


Cuando el guardia lo vio, decidió que era mejor no entregarle la rosa.  


“Seguro le dio miedo de que lo fueran a regañar por argüendero,” comentó Sofy más tarde.  

Diego aplaudió la decisión y Maite no quiso tocar el tema. Cuando le recordé los quince, le volvió la sonrisa:  


"Seguro me pide en la fiesta.” 


Yo también estaba super emocionada. Sabía que Alberto invitaría a Salvador. En el último mes no lo había visto en la escuela hasta el día de los debates. Por más que estuvimos atentas y yo pedí permiso en todas las clases para salir al baño, no volví a encontrármelo. Un minuto antes de empezar mi comité, lo vi entrar al salón con los organizadores. Yo me lucí ese día.  


La mamá de Maite es nuestra maestra de Historia y me había ayudado con mi investigación. Yo estaba muy confiada. Me latía el corazón al ver que Salvador no me quitaba los ojos de encima. Al final, se acercaron varios compañeros a felicitarme y ya no vi cuando se fue, pero estaba segura de que lo había impresionado.  


Estaba tan ansiosa por verlo en la fiesta que me pasé las clases diseñando con Maite mi vestuario. Convencí a mi mamá para que me llevara a comprar la ropa, pero llegando a la tienda se fue directo a la sección de niñas.  


“¿Tiene que ser un vestido? Creo que mi estilo es otro.”  


“Son unos quince, no tiene nada que ver el estilo.”  


“¿Por qué a fuerzas vestido, Ma?”  


“Porque es un evento formal y eso se espera.”  


“Yo quería ir de saco y pantalones,” dije mientras sacaba unas imágenes en Insta. “¿Por qué siempre tan anticuada?”  


“¿Anticuada? ¿Qué tengo de anticuada?”  


Si tanto quería saber entonces, dejé caer una bomba:  


“Casi te mueres cuando te pedí que me llevaras al ginecólogo.”  


“Eso es otra cosa, no entiendo a qué quieres ir.”  


“La mamá de Maite la llevó a los trece, cuando le bajó. Dice que es importante que cuidemos nuestra salud.” 


“Pues la mamá de Maite no es tu madre,” dijo furiosa y terminó la conversación.  


No me llevó al ginecólogo ni esa tarde ni ninguna otra, pero sí me compró la ropa que yo escogí. 

 

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©2022 por Gabriela Martínez Ulloa Torres

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