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Permiso para descansar

  • Foto del escritor: Gabriela Martínez Ulloa
    Gabriela Martínez Ulloa
  • 24 mar 2023
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 5 abr 2023

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¿Recuerdan cuando pensaban que acabando la escuela podrían descansar? Sé que algunas de ustedes imaginaban un futuro repleto de viajes, amores y aventuras heroicas. Yo, no. Lo único que añoraba en mi perpetuo estado de ansiedad era paz. Aunque no pareciera, pues mi correr joven de una cosa a otra aparentaba que perseguía un gran destino, lo que en verdad hacía con tanta corredera era tratar de llegar a un punto donde pudiera descansar.

Con mi correr compulsivo, me he tropezado muchas, muchas veces. Las peores, con las mismas piedras. Sin embargo, les cuento con orgullo que a lo largo de los años he logrado hacer unos viajes, tenido varios amores y una que otra aventura, pero descanso he tenido poco. Me imagino que ustedes piensan lo mismo. La mayoría, estoy segura se levanta una hora antes que nadie en la casa para servir desayunos y preparar almuerzos antes de irse a trabajar. Otras, que ya se han ganado el retiro se dedican a respaldar económica o emocionalmente a su familia. Por eso les pregunto: ¿a qué hora descansamos?

En mi mente, una vez que no hubiera más fechas límites, entregas o exámenes podría dedicarme a construir una inmensa felicidad. Soñaba con deshacerme del hartazgo de las clases aburridas y de la presión por mantener las calificaciones. Ni se diga del paraíso que vislumbraba al salir de casa de mi mamá, repleto de fiestas y libertad. Ahora pienso que tal vez ella también deseaba que me fuera para poder descansar. Pero como dice mi tía Aurora: “cambié de diablo, pero no de infierno” y una vez que acabé la escuela, dejé de preocuparme por los exámenes y comencé a estresarme por los pagos de las tarjetas. Ustedes pensarán que, siendo mediantemente sensata, me dedicaría a trabajar para asegurarme una economía saludable, pero no, tonta yo decidí obedecer a la conciencia colectiva que esperaba que las jóvenes de mi grupo comenzaran una familia.


Ahora me pregunto, para qué tanta universidad, si el plan desde el principio era el mismo. Por qué no mejor dedicar esos cuatro años a enseñarnos lo que significa el matrimonio y asegurarse que estuviéramos bien preparadas para lo que nos estábamos apuntando. Esa pregunta me la contestó mi madre años después, cuando durante mi divorcio quiso tranquilizarme recordándome que para eso me había dado una carrera. ¿Cómo plan B?, ¿esa fue la intención de educarme?


Hoy comprendo claramente que de joven estaba hechizada por un sentimiento de querer pertenecer, por lo que hice lo mismo que muchas de mis amigas, compañeras y familiares: casarme cuando aún me faltaba mucha madurez e independencia. Muy chica me uní al desfiladero de muchachas comprometidas, muchas de las cuales volví a encontrarme años después en las filas del divorcio. No les causará asombro cuando les diga que ahí no encontré descanso tampoco.

Yo no sé qué piensen ustedes, pero sí el terminar una carrera me pesaba, el matrimonio fue agotador. De la noche a la mañana se esperaba que tuviera el entrenamiento para atender un hotel de cinco estrellas. Lo peor es que el presupuesto era de tres y la falta de personal la cubría yo en todas las posiciones: cocina, decoración, administración y limpieza, sin contar que tenía que trabajar para aportar a la casa y que no bajáramos de estrellas. Además de esta chamba extra que me compré al casarme, debía mostrar que estaba encantada con mi nuevo rol de “señora de la casa” aunque en realidad me tardé años en entender que fregados significaba serlo.

En unos pocos años, casi todas mis amigas se casaron y entonces en vez de encontrar un espacio seguro donde quejarme, pretendí estar encantada con el nuevo arreglo y me dediqué a competir con las demás por el reconocimiento de habilidades que en realidad me importaban poco. Después de todo uno no quiere ser la rarita que confiesa que gastar tiempo y dinero en llevar a los niños a estimulación temprana es una tontería, yo iba a las clases para platicar con adultos y sobre todo para encontrar otras mamás con quien conmiserar.

No les parecerá extraño que en mis primeros años de maternidad suplicaba porque mis hijos durmieran toda la noche o pudieran asistir a la escuela para tener un descanso. Poco imaginábamos algunas que su ingreso a clases duplicaría la chamba en tareas, maquetas y emergencias de papelería. Yo no sé ustedes, pero después de dormir noches completas, no vi venir los terribles desvelos que llegaron al recogerlos de las primeras fiestas y más tarde esperando a que regresaran a casa de noche. Aplaudo a las que también se han dedicado a cuidar de sus padres, pues su amor se hace más grande, pero no su descanso.

Para acabarla de amolar les cuento que, durante esos años, las presiones del dinero se multiplicaron al mismo tiempo que mi capacidad de ingreso disminuyó y el desgaste emocional de estar en una mala relación me convenció que nunca llegaría mi tan deseado descanso.

Al final estamos aquí y tampoco es para tanto: entre fiestas y hospitales veo que todas hemos logrado construir una vida plena, rodeada de gente que amamos. Juntas hemos vivido experiencias extraordinarias y nuestros días están repletos de risas y plática amable. Corro con ustedes todo el tiempo y en su compañía he construido mi tribu.

Por qué nadie nos aconsejó antes que tomáramos la vida con calma, que no corriéramos, porque nos íbamos a cansar. En cambio, nos apresuraron todo el tiempo, nos apuraron a casarnos, nos apuraron a tener hijos y ahora el mundo quiere que los apresuremos a ellos también. Pero cómo ser una mejor guía cuando mi llegada a la menopausia se emparejó con su adolescencia. No sé si esto fue un mal cálculo de mi parte, o a los dioses del Olimpo les parece algo gracioso, pues a veces yo misma me río de correr a su cuarto furibunda, para luego olvidar de qué las quiero regañar en cuanto abro la puerta. Cómo molestarme por sus cambios de humor, cuando un día amanezco, mujer empoderada y otro lloro desconsolada porque olvidaron la piña de mis tacos al pastor.

Pero no todo son malas noticias, un beneficio de este cansancio acumulado es que ya poco me engancho con tonterías. A la menor provocación, salgo del cuarto para no regresar hasta que se ha bajado la toxicidad y no tengo reparo en dejar amores, amistades o incluso familiares que insisten en imposibilitar mi paz. Lo mejor de todo, es que ahora me doy el lujo de ser más floja, porque me he vuelto muy eficiente. He aprendido a organizar una comida-baile para veinte en menos de dos horas y mis jefes no los saben, pero hago en treinta minutos lo que debería hacer en cien. En el tiempo que me sobra, no adelanto, postergo y descanso sin culpa ni remordimiento.

Me llevó media vida aprender a crear espacios para descansar, espero perfeccionar mi técnica en un par de meses. Por eso las invito a darse permiso de descanso. Manden a la fregada todo lo que estorba a su paz, porque veo que el trabajo no termina por más que el camino se alarga y nadie más se va a ocupar de reconocer que merecemos un descanso.

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25 mar 2023
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©2022 por Gabriela Martínez Ulloa Torres

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