Capítulo 2 Salvador
- Gabriela Martínez Ulloa

- 1 sept 2022
- 6 Min. de lectura
Es difícil explicar cómo funcionan las amigas. Cuando íbamos en sexto, éramos cinco inseparables. Nunca nos perdimos un cumpleaños, una pijamada o algo a menos de estar enfermas. Todavía están las fotos en mi Insta. Cada que las veo me acuerdo perfecto de cómo me sentía.
Hay una, en especial, que cada que veo me pone triste. Estamos en la posada, junto a los pedazos de piñata destrozada con la bolsa que juntamos de dulces. Yo me veo feliz, me acuerdo de que para variar tenía a todas muertas de la risa con mis payasadas. Maite se ve igualita.
Hace poco le vi puesta la misma chamarra, antes se le veía muy grande. Trae, no sé porque, un parche en la cabeza. Ese día, Lucía que todavía usaba moños me había regalado el que traía puesto porque según ella completaba mi look. También estaban Sabina, Mafer y Ale.
Del grupo original sólo quedamos Maite y yo. Sabina dejó la escuela cuando terminó la primaria. Sólo sé de ella por sus posts. Mafer y Ale siguen en la escuela, pero las dos tienen novios en décimo que son muy amigos y nunca nos invitan a salir con ellos.
A la que más extraño es a Lucía. Quiero mucho a Maite, pero Lucía era mi mejor amiga. Nuestras mamás se llevan desde hace años, en mi casa hay una foto donde estoy recién nacida y Lu, su mamá me carga sobre su panza de embarazada. Yo le digo Tía de cariño.
Cuando éramos muy chiquitas yo le decía a Lucía:
"Tienes que hacer lo que yo diga porque soy más grande.” Al final, ella acababa escogiendo todos los juegos. Era superdivertida.
En la última fiesta de cumpleaños de Sabina, se le ocurrió que pusieran un Registro Civil. Consiguieron un vestido blanco con velo y todo. Lo mejor fueron los anillos dorados con los que acabamos todas. Todavía guardo el mío.
“Cuando me case, me van a dar un anillo de diamantes más grande que el que tiene la mamá de Alexa.”
Sabina se la pasaba diciendo que se iba a casar con un millonario que la llevaría de viaje por todo el mundo. Lucía y yo, en cambio, desde chiquitas queríamos ser grandes empresarias de la moda. Sin ella, he perdido todo el sentido de lo trendy, a Maite le choca opinar de la ropa y de Sofy ni hablar.
“No sé porque te quejas de todo lo que te compra tu mamá, yo estaría feliz con la mitad de tus cosas.”
“Mira Maite, no es que no le agradezca, es que de plano mi mamá está perdida.”
“Pues yo veo que te compran lo que le pides, esos zapatos tan caros a mí nunca me los comprarían.”
Lucía era diferente, a ella se le hacía muy normal que nos dieran muchas cosas. Ella vive en una casa gigante, con alberca y todo.
“Ni modo, somos unas princesas y a las princesas sólo diamantes y pastelillos.” Acabábamos de estudiar la Revolución Francesa.
La vida en High School ya es bastante difícil, como para hacerla sin amigas. Hay una niña que no habla con nadie, si no fuera porque nos obligan a hacer equipo con ella, trabajaría sola todas las clases. Seguido pienso en ella.
Sofy dice que al principio trató de acercarse, pero no había manera de sacarle conversación. Me da tanto miedo volverme como ella, por eso es importante que sea buena amiga de Maite y Sofy. Mi mamá siempre dice: “las amigas son la relación más importante que tenemos las mujeres y por eso hay que cuidarlas mucho.”
Sofy y yo nos conocimos este año que entró a la escuela junto con su hermano mayor. A Maite y a mí nos encanta que nos platique de todas las cosas que se le hacen diferentes. Por ejemplo, en Denver la preparatoria era de más de mil estudiantes, en ocasiones pasaban por detectores de metal y había revisiones aleatorias de los lockers.
Aquí lo más que hacen es un antidoping de vez en cuando. También se le hace chistoso que siempre haya adultos observándonos y que nos cuenten el tiempo para ir al baño. Otra cosa en la que insiste es que todos nos vestimos igual.
“Aquí todos se ven igualitos, especialmente las niñas. Yo me niego a ponerme el uniforme de leggins y crop-top con el que vienen todos los días.”
Maite y yo no estamos de acuerdo, pues claramente notamos las diferencias.
“¿A ustedes no les molesta cómo las ven los señores en la calle?
“¿Cuáles señores, Sofy?"
“Pues todos los señores en la calle. Eso no me pasaba en Denver, aquí todos se la pasan viéndote las pompas. Me las ven a mí, a ustedes y a todas las mujeres, es como si fuera lo más normal. "Mi mamá también se sorprende de cómo se le quedan viendo los hombres aquí.”
La mamá de Sofy era una rubia, altísima que llamaba mucho la atención con su forma estrambótica de vestir. No supe cómo explicarle que con los vestidos que a veces usaba no era extraño que se le quedaran viendo. Mi mamá siempre dice:
“Si no quieres que te molesten en la calle: nada de escotes, cosas embarradas o tan cortas que se te vean las nalgas.”
Ahora junto con Maite, Sofia se ha vuelto una de mis mejores amigas. Lo que más me gusta es que siempre quiere participar en mis juegos. Hace un par de semanas, nos escondíamos en el salón durante el recreo.
Me gusta que nos quedemos las tres solas, en vez de bajar al terrorífico patio con todos. Jugábamos una trivia que yo organicé donde Maite y Sofía competían apasionadamente como en todo lo que hacen.
Jugábamos una especie de “Cien mexicanos dijeron”. Maite veía viejos capítulos con su abuelito, ella me enseñó el programa. Sofy sólo conocía la versión gringa. Pero en esa también pasan muchas cosas chistosas.
Para acordar las reglas, vimos pedazos en YouTube. El conductor mexicano me cae mucho mejor y decidí imitarlo. Por otra parte, los participantes de los videos gringos nos mataron de la risa. A la pregunta: “¿qué es algo que odias que se quede sin baterías? la abuelita de la familia concursante contestó: “un dildo.”
“¿Qué es un dildo?” preguntó en seguida Maite.
Yo me quedé callada, no sabía cómo empezar a explicarle. Lucía me enseñó uno, hace mucho. Era de plástico fosforescente y lo encontró escondido en el closet de sus papás. También me explicó de los orgasmos y me enseñó un video de sexo oral. Pero como prometí nunca contarle a nadie, no dije nada. Maite estaba muy insistente con su curiosidad, así que Sofy hizo un dibujo.
Eso nos dio más risa.
Entonces, decidimos que yo daría puntos extra a las respuestas más chistosas. Cuando nos acercamos a la ronda final, en plena confianza dramaticé:
"¡Recuerden... aquí todos ganan!” y señalé el par de galletas que ofrecía como premio.
De pronto una carcajada se asomó por la ventana para interrumpir mi actuación con un aplauso. La risa no era la de un niño y pensé que era alguno de los profesores. Pero no. Era Salvador, un niño de doceavo que debió quedarse en otro de los salones y ahora era testigo de lo que estaba convencida sería mi ruina social definitiva.
“¿A qué juegan?”
Su atención estaba tan dirigida a mí, que las otras no contestaron.
“No jugamos, estamos ensayando...”
“Ajá, me imagino la obra de teatro.”
Y este qué se cree, por qué me trata como a una niñita.
“Pues no sé qué imagines, pero ya va a sonar el timbre.”
“Uy, el timbre.”
No podía sostenerle la mirada, sus ojos, su cabello, todo me distraía y no supe que decir. Afortunadamente, sí sonó el timbre y en minutos el salón se empezó a llenar de gente.
Los días siguientes hice lo posible por no topármelo, dando tiempo a que olvidara el suceso. Tuve que atormentar a mi papá para que me trajera a la escuela alegando que mi mamá siempre me dejaba muy tarde. Llegaba corriendo a esconderme en el salón. El resto de la semana no bajé a la cafetería y durante la ceremonia a la bandera fingí un dolor de estómago para ir a la enfermería.
“Qué exagerada, seguro ya se le olvidó.”
“No sé Sofy, estuvo bastante memorable.” Maite ha sido siempre muy mala para tranquilizarme.
El miércoles casi me lo topo junto al bebedero, pero gracias a Dios no me vio porque se dio la media vuelta sin fijarse. Pero ahora, enfrente de mi salón, no puedo escapar. ¿Qué voy a hacer si me dice cualquier cosa? Aquí enfrente de todo el mundo. ¿Por qué dije lo del ensayo?
Salvador voltea y hace un esfuerzo por encontrarme la mirada. Lo hace con mucha paciencia.
¿Qué me ve con tanto cuidado?
Levanta la comisura izquierda del labio, deja a su amigo Alberto hablando solo y se acerca. Es bastante más alto que yo y al bajar la cabeza, siento que alcanza a taparnos del resto. Con calma acerca su mano y baja la hoodie para descubrir mi cara.
Se me sale una risita y obvio, estoy roja. No puedo ver más allá de su cuello. Una enorme manzana de Adán y rastros de una barba apenas rasurada. Toca el lápiz que trae en la oreja y con su ronca voz me dice: “buenos días.” Pasmada, sólo puedo responder el saludo con mis cejas mientras el dolor en el estómago me sube al pecho. Los ojos, la barba... el lápiz. Siento su energía en mi cuerpo.
Quiero moverme, pero no puedo. Sé que estamos en medio de todo el mundo, pero no me importa, quiero que se acerque más. En un instante, suena el timbre y aparece Sofia que me alcanza del brazo para escoltarme al salón. Me acompaña tranquila sin decir nada.
No hacen falta aclaraciones en el camino.





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